DISCERNERE

Uno sguardo profetico sugli eventi

El Evangelio de hoy. Miercoles de la III semana de Adviento

Evangelio según San Lucas 7,18-23.
Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos,
los envió a decir al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Cuando se presentaron ante él, le dijeron: "Juan el Bautista nos envía a preguntarte: '¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?'".
En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos.
Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".


COMENTARIO


Que es lo que hemos visto y oído en nuestras vidas? ¿No es un asunto de poca importancia. Sin haber visto y oído no se puede creer. No está seguro de que me encontré con Él que siempre hemos esperado sin la experiencia concreta y que se puede anunciar de su amor. Los discípulos de Juan cuenteran lo que habían visto y oído. Como los apóstoles de Jesús hasta hoy. Testigos de la experiencia. Juan Bautista, primo de Jesús, aún en el vientre de Isabel saltó a la voz de María, lo que vio el Espíritu Santo como una paloma sobre Jesús, todavía tenía dudas. Así en nuestras vidas, las percepciones, los sentimientos, no son suficiente. Incluso Pedro confesó a Jesús como el mensajero, el Hijo de Dios, y un momento después se perdió en los pensamientos de la carne. Debe ser algo más para ver y oír, y esto es el sello del Espíritu en lo que fue visto y oído. Jesús es el Mesías, Jesús es el Señor, la Iglesia anuncia a gritos desde hace dos mil años. Pero para nosotros hoy, es Jesús el Salvador? ¿O debemos esperar a otro? Esta es nuestra vida, aquí están nuestras debilidades, las cadenas, los pecados. Aquí están en una fila, son más numerosos que nuestra cabeza. Esta es nuestra triste miseria cada día. Y aquí está Cristo, Él en nuestras vidas. El chivo expiatorio que toma sobre sí nuestras flaquezas y nuestros pecados. Se da la vista, hace nuevas todas las cosas, crea en nosotros un corazón nuevo. No son palabras, las fantasías, e incluso simple intuiciónes. No. Estos son los hechos. Ante nuestros ojos, como así hoy resuena en nuestros oídos la Palabra de vida, la Buena Nueva. La Palabra que tiene el poder para lograr lo que anuncia. Los pastores fueron de inmediato a la cueva de Belén y vieron exactamente lo que habían oído a travez de la voz de los ángeles. También para nosotros hay una gruta, un establo y un pesebre. Los ángeles también aparecen hoy en día en nuestro camino, los apóstoles que incansablemente re-anuncian el evangelio a toda criatura. Vamos a Belén, bajamos a la parte inferior de nuestra vida, allí donde son más pobres y explotados nuestros corazones. Bajamos con prisa al pesebre. allì donde han comido animales de todo tipo, allí donde la carne ha sido la jefa de nuestra vida. Allí, donde está la fuente de nuestros pecados, y donde cada día engorda nuestro hombre viejo. Vamonos a encontrar al Mesías, allì donde abundó el pecado desborda su misericordia. Ponemos hoy nuestros ojos en nuestros corazones. Es pesebre de la Natividad del Mesías. Es aquì che nos espera, que nos sacia. Al fondo mas oscuro de nosotros mismos la Luz de el amor de Dios, justo lo que nuestro corazón quiere desde siempre: ser amado sin acabados y sin hipocresía. El único amor del único Salvador. Es Su adviento por nosotros hoy.


San Gregorio de Agrigento (hacia 559-hacia 594), obispo
Comentario sobre el Eclesiastés, 10,2

«La Buena Nueva es anunciada a los pobres»

La luz del sol, vista con los ojos de nuestro cuerpo, anuncia el sol espiritual, el «Sol de justicia» (Ml 3,20). Verdaderamente, es el más dulce sol que haya podido amanecer para los que, en aquel tiempo, tuvieron la dicha de ser sus discípulos, y pudieron mirarle con sus ojos todo el tiempo que él compartió la misma vida de los hombvres como si fuera un hombre ordinario. Y, sin embargo, por naturaleza era Dios verdadero; por eso fue capaz de devolver la vista a los ciegos, hacer andar a los cojos y oír a los sordos; purificó a los leprosos y, con sólo una palabra, llamó a los muertos a la vida.

Y aún ahora no hay nada más dulce que fijar la mirada de nuestro espíritu sobre él para contemplar y representarse su inexpresable y divina belleza; no hay nada más dulce que estar iluminados y embellecidos por esta participación y comunión con su luz, tener el corazón pacificado, el alma santificada, y estar llenos de esta alegría divina todos los días de la vida presente... En verdad, este Sol de justicia es, para los que le miran, el proveedor del gozo, según la profecía de Isaías: «¡Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría!» Y también: «¡Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren!» (Sl 67,4; 33,1)