DISCERNERE

Uno sguardo profetico sugli eventi

CONCIENCIA Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA. Brindis por la conciencia

En un breve libro titulado Conciencia y objeción de conciencia, Pablo Gutiérrez (Ed. Palabra, Bolsillo, n. 810) hace un breve repaso histórico junto con un sencillo análisis de la objeción de conciencia en la sociedad actual. Nos habla de la doctrina de la Iglesia sobre la conciencia y recoge una serie de reflexiones de Benedicto XVI sobre la objeción de conciencia y la conciencia.

Una curiosidad que subraya el autor es el hecho de que la doctrina de la conciencia en Newman, beatificado el 19 de septiembre de 2010, es citada y profusamente utilizada en los documentos eclesiásticos de más alto rango, como el Catecismo de la Iglesia Católica y la EncíclicaVeritatis splendor.

En 1871, el Concilio Vaticano I declara solemnemente la infalibilidad del papa. La doctrina estaba asumida por la práctica totalidad de la Iglesia, pero no había recibido formulación dogmática hasta ese evento. «En los años siguientes a tal declaración, dice Pablo Gutiérrez, un destacado político inglés, William Gladstone, en aquella época primer Ministro, escribió un folleto enormemente combativo contra los católicos ingleses, atacando también a la Iglesia católica y al papa. En dicho folleto, acusaba a los católicos de estar privados de la libertad mental en virtud de su sumisión al papa y de la obediencia ciega que, a su juicio, estos le prestaban.Suponía que los católicos ingleses eran súbditos de una potencia extranjera, que podría utilizarlos para sí, mediante el dominio de sus conciencias con evidente perjuicio de su lealtad a su estado y con daño, por tanto, del propio país. No era la primera vez que se esgrimía una argumentación semejante.»

La historia se repite hoy en día. De ahí la actualidad del dato y de la contra argumentación de Newman.

«Newman plantea extensamente su respuesta, y alude a varios planos. Dedica un breve espacio a desmontar una afirmación absurda del político inglés: que la Iglesia católica actual había sido infiel a la Iglesia de los orígenes. Gladstone tenía en mente, al lanzar su burda condena, diversos conflictos en que los obispos católicos irlandeses habían alzado la voz en varias cuestiones que eran de gran importancia para la población católica irlandesa. Con certera ironía, Newman rebate afirmando que precisamente la Iglesia antigua obtuvo un enorme prestigio cuando se enfrentó, con las solas armas de la palabra y el ejemplo, a los poderes tiránicos de su tiempo (así lo atestiguaban san Ambrosio de Milán, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna...); que la Iglesia sufrió por ello persecución, pero que conservó su libertad e independencia hasta que, finalmente, los perseguidores de la Iglesia pasaron a reconocerla como el mayor bien, y a tratar con suma deferencia a los confesores de la fe y a los obispos.»

»No renuncia el cardenal a utilizar en su alegato, continúa P. Gutiérrez, además de los argumentos históricos, las consideraciones sociológicas. Para Gladstone, el papa tenía a su cargo la suprema dirección de los católicos en lo que respecta a todo deber. El cardenal reconocerá que esa suprema dirección ni es controladora ni supervisadora ni alcanza más que la declaración genérica; mucho menor que la regulación omnímoda y minuciosa del estado de la época (y mucho menor, en cualquier caso, que el actual). Le preocupaba a Gladstone que el propio pontífice no deslindara con nitidez las esferas de la potestad eclesiástica y las de la esfera civil; a lo que responde Newman que similares casos se pueden plantear entre un hombre de negocios lleno de viajes y reuniones y las prescripciones de su médico que le pueden aconsejar, por su salud, descansar o no viajar, quedando en manos del negociante obedecer o no. También sucederán conflictos con nacionales de otro estado en Inglaterra, para los que se disponen relaciones consulares y diplomáticas, pidiendo el cardenal se establezcan las mismas con la Santa Sede, puesto que en la época no las había.

»Pero el asunto verdaderamente nuclear toca a la relación entre la conciencia y la autoridad del papa. ¿Puede el papa utilizar su poder para atraer a los católicos obligándoles a conductas que perjudiquen a su estado? En definitiva, cuestión similar a la que vivieron los primeros cristianos: ¿son estos una amenaza para el estado?, ¿es incompatible la doble ciudadanía?

»Para responder a este preciso interrogante, Newman dejó establecidos principios que aún hoy siguen siendo norma y doctrina segura. Comienza por declarar qué es y qué no es la conciencia. Hablar de conciencia le obliga a referirse, lo primero, a la relación entre el Creador y su criatura. Al crearla, Dios imprime en ella su Ley; dicho de otro modo, con santo Tomás, la criatura participa en la Ley de Dios, pues la lleva escrita en sí misma, y puede conocerla a través de la razón. La conciencia es la instancia en la que, ante un caso concreto, se le hace presente al hombre la luz para enjuiciarlo. Pero el cardenal es muy consciente de que esta doctrina no es la que se halla ni en el mundo intelectual que vivió (como tampoco en el nuestro) ni en la concepción popular. Cuando el hombre moderno invoca la conciencia, no se refiere a los derechos del Creador o a los deberes de la criatura para con Él y para sí mismo, sino que piensa en la voluntad de profesar lo que le venga en gana sin ser contradicho por nada ni nadie, esto es, la justificación o santificación de la voluntad subjetiva.

»Ahora bien, si la conciencia es ese juicio personal sobre una determinada conducta, ¿cuál es el papel del papa frente a ella? Si a un papa se le ocurriera hablar en contra de la conciencia, estaría cometiendo, en palabras de Newman, un acto suicida, se estaría segando el césped bajo sus pies. Precisamente, el papel de la autoridad papal es recordar, hacer luz sobre esa ley no creada por el hombre. Su misión es ayudar al que siente la insuficiencia de la luz natural y proclamar, repetir la verdad y la vigencia de la ley moral. «El sentido de lo bueno», nos dirá, «es tan delicado, tan inestable, tan fácil de confundir, oscurecer o pervertir, tan sutil en sus razonamientos, tan moldeable según la educación recibida, tan dependiente del orgullo o las pasiones, tan fluctuante en su desarrollo que en la 'lucha por la existencia' del intelecto, ese sentido de lo bueno y de lo malo es, al mismo tiempo, el más excelso de todos los maestros y el más difícil de interpretar, el menos luminoso. Así pues, la Iglesia, el Papa y la Jerarquía son, en los planes de Dios, la respuesta a una petición urgente. La Religión Natural, a pesar de la certeza de sus fundamentos y doctrinas -puesto que se dirige a mentes inteligentes-, necesita ser apoyada y completada por la Revelación para hablar con eficacia al género humano y conquistar el mundo».

Newman ha sido un buen anglicano antes de ser un buen católico. No se le oculta ninguno de los argumentos esgrimidos contra Roma para desprestigiar a la Iglesia católica en general y al Papa en particular. En sustancia, son los mismos que los medios adversos utilizan en la actualidad, modificando lo que sea menester. Newman no deja de reconocer «como cierto que muchos papas se entregaron al lujo y a un cristianismo pagano, con la horrible secuela de perder para la Iglesia la mitad de Europa». Y aquí se muestra la lucidez que habríamos de tener todos sobre la verdad histórica y la doctrina católica sobre la conciencia. «Se corrigió el rumbo y nunca se dejó de enseñar y reconocer la verdad de la Ley de Dios. Los papas pecaron, pero su conducta no modificó el recuerdo de la ley. Ningún riesgo deriva para el estado de la función del papa como abogado de la conciencia. Todo lo contrario, si el papa se volviera contra la conciencia, predicando contra la verdad, contra la justicia, desaparecería o hubiera desaparecido ya. Pero su misión y sus «armas» son otras. Por tanto, el estado no tiene motivos para desconfiar de la lealtad de sus ciudadanos católicos ni de un desvío del poder del papa sobre las conciencias; tal desvío sería letal para la propia Iglesia. Culmina el cardenal Newman su célebre doctrina sobre la conciencia con su no menos célebre brindis: «Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé «¡Por el Papa!», con mucho gusto. Pero, primero, «¡Por la Conciencia! », después, « ¡Por el Papa! ».

Ese temor que algunos Gobiernos manifiestan o quizá tan solo intentan difundir entre los ciudadanos sobre el peligro o amenaza que los católicos representan para la democracia o el bien común del Estado, porque tendrían sus conciencias atadas por otro poder competitivo, "el Vaticano", carece en absoluto de fundamento. Más bien es un signo de mentalidad totalitaria por parte del Estado, si es el caso, que no respeta entonces la libertad de las conciencias de los ciudadanos.

La lectura del texto completo, 74 páginas de pequeño formato, resulta útil para aclararse en otros aspectos de una cuestión de gran actualidad. La confusión en estos asuntos podría causar el naufragio de derechos fundamentales y el consiguiente deterioro difícilmente reparable del bien común social.


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