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Uno sguardo profetico sugli eventi

El corazón habló al corazón. Las claves y los argumentos del viaje de Benedicto XVI al Reino Unido.

La frase latina “Cor ad cor loquitur” (“El corazón habla al corazón”), lema del cardenal John Herny Newman, ya beato Newman, ha sido el lema del décimo octavo viaje internacional del Papa Benedicto XVI, quizás su viaje más complicado y arriesgado.

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Esta frase, este lema, fue explicado por el mismo Benedicto XVI durante la misa de Birmingham del domingo 19 de septiembre, en la que beatificó, en olor de multitudes, a Newman: «“Cor ad cor loquitur” (“El corazón habla al corazón”) nos da la perspectiva –señaló Benedicto XVI- de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes”» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231).

Y es que, en efecto, de corazón a corazón, con el lenguaje del corazón bien insertado en la razón, Benedicto XVI ha completado una memorable apostólica al Reino Unido, que ha suscitado el respeto de todos y la admiración de muchos. Y, como siempre, lo ha hecho fiel a su estilo, ya bien conocido y reconocible.

La clave de un apasionado viaje redondo

Más allá, pues, de los tópicos y de las grandilocuencias, la visita apostólica al Reino Unido de Benedicto XVI ha sido un éxito, una gracia, un acontecimiento histórico, repleto de escenas y discursos memorables, repleto, en suma, de esperanza. Si es cierto –y llevamos ya cinco años y medio comprobándolo- que Benedicto XVI se supera constantemente a sí mismo, su periplo por el Reino Unido ha superado las mejores y más halagüeñas expectativas. Las dificultades lejos de acobardarle, le hacen crecerse, con humildad, con sencillez, con amabilidad y con firmeza, notas y rasgos ya tan características de su personalidad y ministerio proverbiales.

Y el éxito y la gracia de su periplo británico han podido incluso con los más recalcitrantes, con las campañas teledirigidas y prefabricadas antes y durante la visita, con las críticas mordaces, tópicas e injustas. Ya no se trata solo de que Benedicto XVI ha movilizado masas -se calcula que un cuarto de millón de británicos se han echado a las calles para seguir en vivo y en directo su visita- en las distintas etapas de su viaje: el Papa ha movido corazones y ha interpelado conciencias con la incisividad, clarividencia y dulzura de su mensaje y de su persona.

Y, sí, la clave de este viaje redondo ha estado en todo esto, ha estado en su lenguaje sabio y sencillo, en su lenguaje, en sus hechos y en sus dichos, de corazón a corazón. Por ello, todo ello, la visita apostólica de Benedicto XVI al Reino Unido ha sido un viaje apasionante, un viaje misionero para transmitir la pasión por la verdad y la pasión por Dios. El hilo conductor, en efecto, del periplo misionero papal ha sido la pasión por la verdad, la pasión por Dios y, en definitiva, la pasión por servir al hombre esta verdad que es el Dios de Jesucristo.

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La pasión y la misión del beato cardenal Newman

La búsqueda de la verdad, la búsqueda de Dios y de su Iglesia fue el sentido de la vida de cardenal Newman, el nuevo y flamante beato, sobre cuya figura Benedicto XVI no ha tenido sonrojo alguno en reconocer su cercanía, inspiración y devoción. Precisamente como símbolo de su búsqueda de la verdad, la fecha elegida para su memoria litúrgica ha sido el 9 de octubre, día del año 1846 en que Newman abrazó la fe católica.

En el curso de la última jornada en las Islas Británicas, el domingo 19 de septiembre de 2010, Benedicto XVI beatificó al cardenal John Henry Newman, figura destacada del anglicanismo del siglo XIX, capellán anglicano de la universidad de Oxford, convertido al catolicismo en 1846, en una misa solemne oficiada en el Cofton Park de Birmingham.

En su homilía, el Papa elogió el testimonio cristiano de Newman, confesor y predicador, manifestado “en el curso de una vida larga dedicada al ministerio sacerdotal, especialmente a la predicación, la enseñanza y los escritos”, en la que se fundieron “una profunda sabiduría humana y un intenso amor por el Señor”.

El cardenal Newman, a quien Benedicto XVI calificó de “doctor de la Iglesia” –anunció quizás de que, tras su canonización cuando corresponda, puede ser también declarado doctor de la Iglesia-, fue asimismo objeto de una hermosísima y concurridísima vigilia de oración en la tarde del sábado 18 de septiembre, en el célebre Hyde Park de Londres. En ella, el Papa glosó las lecciones más actuales, el legado del nuevo legado, a quién calificó igualmente como “padre espiritual del Concilio Vaticano II”, subrayando sus aportaciones en orden al diálogo entre la razón y la fe y a la promoción del laicado. Newman, extraordinario, brillante y prolífico intelectual, fue asimismo un espléndido sacerdote, un buen cura de almas.

Las condiciones y los riesgos de la pasión por la verdad

La pasión por la búsqueda de la verdad es y significa intrepidez, valentía, honestidad, honradez, libertad, conciencia, conversión. En la Inglaterra del siglo XVI y en otros muchos lugares del mundo, la pasión por la verdad acarreaba el peligro cierto y a veces hasta inevitable de perder la propia vida como les sucedió aTomás Moro, Juan Fisher, Isabel Barton y a tantos más. En el siglo XIX de Newman, en pleno apogeo del “Victorianismo”, suponía romper moldes, salirse de lo política, social y culturalmente correcto. Y ahora, en los todavía primeros compases del siglo XXI, inmersos en la dictadura silenciosa de la cultura del relativismo, del materialismo y del laicismo, conlleva también numerosos riesgos, no ya tanto de martirio cruento o de destierro, sino de marginación, ridiculización, exclusión.

Westminster Hall (el salón de actos del Parlamento londinense), a escasos metros del lugar fue condenado a muerte el canciller Tomás Moro, fue quizás el escenario más emblemático en la luminosa y humilde proclamación por parte del Papa de este mensaje.

La complementariedad entre fe y razón, la necesidad de la ley natural, el redescubrimiento del verdadero y preciso papel de la Religión en la sociedad –“la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. Desde este punto de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada”- y los caminos de la verdadera solidaridad y cooperación internacional fueron los temas que entretejieron un nuevo discurso de Benedicto XVI para la historia, como los ya célebres discursos de Ratisbona, La Sapienza, los Bernardinos…

En este memorable y magistral discurso en el Parlamento británico, Benedicto XVI exhortó asimismo a todos los gobiernos del mundo que han salvado de la quiebra a importantes instituciones financieras a que usen la misma medida para ayudar “a los países en vías de desarrollo”.

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La verdad requiere de la conversión

La pasión por la verdad es también vivir en clave de conversión permanente. Es reconocer las propias limitaciones y fragilidades. Es asumir la realidad, por dolorosa, vergonzosa y humillante que sea. Y en esta actitud se inscriben, una vez más, los gestos, las palabras y los encuentros de Benedicto XVI a propósito de los abusos a menores realizados por algunos eclesiásticos. Ya desde el comienzo del viaje, Benedicto XVI volvió a “coger el toro por los cuernos” y volvió a demostrar a propios y a extraños que esta no es un página inadmisible pero ya superada y del pasado, y que todavía se puede y se debe decir y, sobre todo, hacer más para sanar las heridas de las víctimas, para atajar de raíz este mal tan inmenso y para ofrecer a nuestro mundo el testimonio de nuestra contrita y decidida voluntad de nunca más tales y tan execrables atropellos, pecados y delitos.

Ya antes de pisar suelo británico, y a bordo del avión que lo conducía desde Roma a la capital escocesa, Benedicto XVI habló con los periodistas del escándalo de los abusos a menores registrados en diversos países y protagonizados –aunque no sólo- por miembros del clero católico. Las revelaciones de unos casos, cuya responsabilidad se ha querido hacer recaer directamente sobre el propio Pontífice católico, han significado para el Papa “un shock” y un “motivo de una profunda tristeza” porque, según sus propias palabras, “es difícil comprender cómo esta perversión del ministerio sacerdotal se haya podido dar”. Repitiendo las mismas afirmaciones dirigidas, por carta, a los obispos irlandeses, el Papa Ratzinger ha reconocido que “la autoridad de la Iglesia no ha estado suficientemente en alerta, ni ha sido lo suficientemente veloz y decidida a la hora de tomar las medidas necesarias”. El actual momento es de “penitencia, humildad y sinceridad”, y de dar la máxima prioridad, más allá de las medidas represoras y preventivas, “a la atención a las víctimas”, y las que la Iglesia deberá ofrecer “ayudas psicológicas y espirituales”, tratando de comprender “cómo podemos reparar, qué es lo que podemos hacer para ayudar a estas personas a superar el trauma, a reencontrar la vida y la confianza en el mensaje de Cristo”.

Este mismo tema volvió a aparecer en la misa en la catedral católica de Londres dedicada a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (la catedral de Westminster) y en el discurso a los obispos británicos. Asimismo el Papa añadió a su agenda un encuentro en la sede de la nunciatura en Londres con cinco víctimas de pederastia, y se encontró con un grupo de profesionales y de voluntarios en la tarea de la protección de la infancia.

Pasión por la evangelización y la unidad

La pasión por la verdad es pasión por la misión y por la evangelización. Frente al secularismo externo e interno –y más cuanto más militante y agresivo sea y se muestre-, no cabe cruzarse de brazos y mirar a otro lado, no cabe adecuarse a los valores en alza y de moda, no caben rebajas buscando “simpatías”… Se impone la nueva evangelización con ardor y fidelidad, con humildad y constancia, con el testimonio de una vida íntegra y virtuosa. Y para que esta pasión evangelizadora dé fruto es imprescindible la comunión eclesial y la búsqueda denodada y generosa de la unidad de los cristianos, un imperativo categórico del único Señor de la Iglesia y una acuciante demanda de los signos de los tiempos.

El objetivo y prioridad ecuménicos de esta visita papal resultaban evidentes ya desde su mismo planteamiento. El Reino Unido es un país confesionalmente anglicano y desgajado de la comunión con la Iglesia católica desde 1534, tras la polémica, caprichosa y célebre decisión al respecto del rey Enrique VIII Tudor.

Desde entonces, esta ha sido la primera vez que un Papa ha visitado oficialmente el Reino Unido, pues, aunque en mayo de 1982, Juan Pablo II visitó el país, aquel viaje no tuvo rango de visita de Estado.

El Rey –en este caso, la Reina Isabel II, con quien se entrevistó el Papa el mismo día de su llegada al país, el jueves 16 de septiembre- es la cabeza visible de la Iglesia o Comunión Anglicana, que tiene por primado al arzobispo de Canterbury, desde hace una decena de años Rowan Williams. La amistad y la confianza mutuas, la cooperación, el diálogo y la oración son los caminos del ecumenismo. ¡Y vaya si se recorrieron durante estos días, desde Edimburgo hasta Londres! Benedicto XVI visitó además la sede del primado anglicano, el palacio londinense de Lambeth, y junto a Williams –muy satisfecho por la visita papal- presidió una celebración ecuménica en la abadía de San Pedro, en Westminster City.

Pasión por Dios, pasión por el hombre

Y es que la pasión por la verdad es pasión por Dios. Es pasión para que Dios ocupe su lugar en la ciudad terrena. Es pasión para que su Nombre y su Religión no sean ocultados, ni restringidos. Es pasión por el hombre. Porque Dios no es el enemigo del hombre y de su progreso y desarrollo, sino su amante Creador, su magistral Redentor, su guía providente y la única fuente de su felicidad.

Y al servicio de esta “pasión”, consagró Benedicto XVI el resto de los actos y de los mensajes de su visita apostólica al Reino Unido: los encuentros con los católicos escoceses en la misa de Glasgow de la tarde del jueves 16 de septiembre; la visitas a los docentes y alumnos de la Universidad Colegio Santa María de Londres y a la Residencia de Ancianos San Pedro, también en la capital; la misa en la catedral católica de Westminster y su posterior encuentro con los jóvenes y mensaje a los fieles de Gales…, así como sus palabras contra los horrores de la guerra y del nazismo en la misa de Birmingham al hacer memoria del setenta aniversario de uno de los episodios bélicos más luctuosos de la segunda guerra mundial.

Y con todo ello, Benedicto XVI sirvió de corazón a corazón -la verdadera clave del éxito y de la esperanza de su última visita apostólica, esta al Reino Unido que fue presentada como la más difícil y compleja, y a la que luego la realidad mostró como una espléndida y oportuna siembra- a la pasión por la verdad, que es siempre pasión por la conversión, por la misión, por la unidad, que es siempre pasión por Dios y por el hombre.

Jesús de las Heras Muela

Director de ECCLESIA y de ECCLESIA DIGITAL


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