DISCERNERE

Uno sguardo profetico sugli eventi

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El Papa: difundir en todas partes el perfume de Cristo, para que toda nuestra vida sea sólo una irradiación de la suya

Hoy en la Audiencia General


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 22 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención del Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General, celebrada en la Plaza de San Pedro, con los miles de peregrinos procedentes de todo el mundo.

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Queridos hermanos y hermanas

Hoy quisiera detenerme a hablar del viaje apostólico en el Reino Unido, que Dios me ha concedido realizar en estos días pasados. Ha sido una visita oficial y, al mismo tiempo, una peregrinación al corazón de la historia y del hoy de un pueblo rico de cultura y de fe, como lo es el británico. Se ha tratado de un acontecimiento histórico, que ha marcado una nueva fase importante en la larga y compleja historia de las relaciones entre esas poblaciones y la Santa Sede. El objetivo principal d la visita era el de proclamar beato al cardenal John Henry Newman, uno de los ingleses más grandes de los tiempos recientes, insigne teólogo y hombre de Iglesia. En efecto, la ceremonia de beatificación representó el momento principal del viaje apostólico, cuyo tema estaba inspirado en el lema de la insignia cardenalicia del beato Newman: “El corazón habla al corazón”. Y en las cuatro intensas y bellísimas jornadas transcurridas en esa noble tierra tuve la gran alegría de hablar al corazón de los habitantes del Reino Unido, y ellos han hablado al mío, especialmente con su presencia y con el testimonio de su fe. Pude de hecho constatar cómo la herencia cristiana es aún fuerte e incluso activa en todos los estratos de la vida social. El corazón de los británicos y su existencia están abiertos a la realidad de Dios y hay numerosas expresiones de religiosidad que esta visita mía ha puesto aún más en evidencia.

Desde el primer día de mi permanencia en el Reino Unido, y durante todo el periodo de mi estancia, he recibido en todas partes una calurosa acogida por parte de las Autoridades, de los representantes de las diversas realidades sociales, de los representantes de las diversas Confesiones religiosas y especialmente de la gente común. Pienso de modo particular en los fieles de la Comunidad católica y en sus Pastores que, aún siendo minoría en el país, son muy apreciados y considerados, comprometidos en el anuncio gozoso de Jesucristo, haciendo resplandecer al Señor y haciéndose su voz especialmente entre los últimos. A todos renuevo la expresión de mi profunda gratitud, por el entusiasmo demostrado y por la encomiable diligencia con la que han trabajado por el éxito de esta visita mía, cuyo recuerdo conservaré para siempre en mi corazón.

La primera cita fue en Edimburgo con Su Majestad la Reina Isabel II, que juntamente con su Consorte, el Duque de Edimburgo, me acogió con gran cortesía en nombre de todo el pueblo británico. Se trató de un encuentro muy cordial, caracterizado por compartir algunas profundas preocupaciones por el bienestar de los pueblos del mundo y por el papel de los valores cristianos en la sociedad. En la histórica capital de Escocia pude admirar las bellezas artísticas, testimonio de una rica tradición y de profundas raíces cristianas. Hice referencia a esto en el discurso a Su Majestad y a las Autoridades presentes, recordando que el mensaje cristiano se ha convertido en parte integrante de la lengua, del pensamiento y de la cultura de los pueblos de esas Islas. Hablé también del papel que Gran Bretaña ha tenido y sigue teniendo en el panorama internacional, mencionando la importancia de los pasos llevados a cabo para una pacificación justa y duradera en Irlanda del Norte.

La atmósfera de fiesta y de alegría creada por los jóvenes y por los niños alegró la etapa de Edimburgo. Al llegar después a Glasgow, ciudad embellecida por encantadores parques, presidí la primera Santa Misa del viaje precisamente en el Bellahouston Park. Fue un momento de intensa espiritualidad, muy importante para los católicos del país, también considerando el hecho de que en aquel día se celebraba la fiesta litúrgica de san Ninian, primer evangelizador de Escocia. En esa asamblea litúrgica reunida en oración atenta y compartida, hecha aún más solemne por las melodías tradicionales y los cantos pegadizos, recordé la importancia de la evangelización de la cultura, especialmente en nuestra época en la que un relativismo penetrante amenaza con oscurecer la inmutable verdad sobre la naturaleza del hombre.

En la segunda jornada comencé la visita a Londres. Allí encontré en primer lugar al mundo de la educación católica, que tiene un papel relevante en el sistema de instrucción de ese país. En un autentico clima de familia hablé a los educadores, recordando la importancia de la fe en la formación de ciudadanos maduros y responsables. A los numerosos adolescentes y jóvenes, que me acogieron con alegría y entusiasmo, les propuse que no persigan objetivos limitados, contentándose con elecciones cómodas, sino de apuntar hacia algo más grande, es decir, la búsqueda de la verdadera felicidad que se encuentra sólo en Dios. En la cita siguiente con los responsables de las demás religiones mayormente presentes en el Reino Unido, recordé la ineludible necesidad de un diálogo sincero, que necesita el respeto del principio de reciprocidad para que sea plenamente fructífero. Al mismo tiempo, puse de manifiesto la búsqueda de lo sagrado como terreno común a todas las religiones sobre el que reforzar la amistad, la confianza y la colaboración.

La visita fraternal al Arzobispo de Canterbury fue la ocasión para reafirmar el compromiso común de dar testimonio del mensaje cristiano que une a católicos y anglicanos. Fue seguido por uno de los momentos más significativos del viaje apostólico: el encuentro en el gran salón del Parlamento británico con personalidades institucionales, políticas, diplomáticas, académicas, religiosas, representantes del mundo cultural y empresarial. En ese lugar tan prestigioso subrayé que la religión, para los legisladores, no debe representar un problema que resolver, sino un factor que contribuye de forma vital al camino histórico y al debate público de la nación, en particular al recordar la importancia esencial del fundamento ético para las decisiones en los diversos sectores de la vida social.

En ese mismo clima solemne, me dirigí después a la Abadía de Westminster: por primera vez un Sucesor de Pedro en el lugar de culto símbolo de las antiquísimas raíces cristianas del país. El rezo de la oración de las Vísperas, junto a las diversas comunidades cristianas del Reino Unido, representó un momento importante en las relaciones entre la Comunidad católica y la Comunión anglicana. Cuando veneramos juntos la tumba de san Eduardo el confesor, mientras el coro cantaba: Congregavit nos in unum Christi amor, alabó a Dios, que nos conduce en el camino de la unidad plena.

En la mañana del sábado, la cita con el Primer Ministro abrió la serie de encuentros con los mayores representantes del mundo político británico. Fue seguida de la celebración eucarística en la catedral de Westminster, dedicada a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor. Fue un extraordinario momento de fe y de oración – que puso de manifiesto la rica y preciosa tradición de música litúrgica “romana” e “inglesa” – a la que tomaron parte los diversos componentes eclesiales, espiritualmente unidas a las multitudes de creyentes de la larga historia cristiana de esa tierra. Es grande mi alegría por haber encontrado un gran número de jóvenes que participaban en la Santa Misa desde el exterior de la catedral. Con su presencia llena de entusiasmo y a la vez atenta y ansiosa, demostraron querer ser los protagonistas de una nueva etapa de valiente testimonio, de solidaridad con los hechos, de generoso compromiso al servicio del Evangelio.

En la Nunciatura Apostólica me encontré con algunas víctimas de abusos por parte de miembros del clero y de religiosos. Fue un momento intenso de conmoción y de oración. Poco después, me encontré también con un grupo de profesionales y voluntarios responsables de la protección de los niños y de los jóvenes en los ambientes eclesiales, un aspecto particularmente importante y presente en el compromiso pastoral de la Iglesia. Les di las gracias y les animé a continuar su trabajo, que se inserta en la larga tradición de la Iglesia de cuidado por el respeto, la educación y la formación de las nuevas generaciones. Siempre en Londres, visité el asilo de ancianos que regentan las Hermanitas de los Pobres, con la preciosa aportación de numerosas enfermeras y voluntarios. Esta estructura de acogida es signo de la gran consideración que la Iglesia ha tenido siempre por el anciano, como también expresión del compromiso de los católicos británicos en el respeto a la vida sin tener en cuenta la edad o las condiciones.

Como decía, el culmen de mi visita al Reino Unido fue la beatificación del cardenal John Henry Newman, ilustre hijo de Inglaterra. Ésta fue precedida y preparada por una vigilia especial de oración que tuvo lugar el sábado por la noche en Londres, en el Hyde Park, en una atmósfera de profundo recogimiento. A la multitud de los fieles, especialmente los jóvenes, quise volver a proponer la luminosa figura del cardenal Newman, intelectual y creyente, cuyo mensaje espiritual se puede resumir en el testimonio de que el camino del conocimiento no es cerrazón en el propio “yo”, sino que es apertura, conversión y obediencia a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. El rito de beatificación tuvo lugar en Birmingham, durante la solemne Celebración eucarística dominical, con la presencia de una gran muchedumbre procedente de toda Gran Bretaña y de Irlanda, con representaciones de muchos otros países. Este impresionante acontecimiento ha puesto aún más de relieve a un erudito de gran talla, un insigne escritor y poeta, un sabio hombre de Dios, cuyo pensamiento iluminó muchas conciencias y que aún hoy ejerce una fascinación extraordinaria. Que en él, en particular, se inspiren los creyentes y las comunidades eclesiales del Reino Unido, para que también en nuestros días esa noble tierra siga produciendo frutos abundantes de vida evangélica.

El encuentro con la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales y con la de Escocia concluyó una jornada de gran fiesta y de intensa comunión de corazones para la comunidad católica en Gran Bretaña.

Queridos hermanos y hermanas, en esta visita mía al Reino Unido, como siempre quise sostener en primer lugar a la comunidad católica, animándola a trabajar sin descanso para defender las verdades morales inmutables que, retomadas, iluminadas y confirmadas por el Evangelio, están a la base de una sociedad verdaderamente humana, justa y libre. He querido también hablar al corazón de todos los habitantes del Reino Unido, sin excluir a nadie, de la verdadera realidad del hombre, de sus necesidades más profundas, de su destino último. Al dirigirme a los ciudadanos de ese país, encrucijada de la cultura y de la economía mundial, tuve presente a todo Occidente, dialogando con las razones de esta civilización y comunicando la perenne novedad del Evangelio, de la que ésta está impregnada. Este viaje apostólico ha confirmado en mí una convicción profunda: las antiguas naciones de Europa tienen un alma cristiana, que constituye una unidad con el “genio” y la historia de los respectivos pueblos, y la Iglesia no deja de trabajar para mantener continuamente en pie esta tradición espiritual y cultural.

El beato John Henry Newman, cuya figura y escritor conservan aún una actualidad extraordinaria, merece ser conocido por todos. Que él sostenga los propósitos y los esfuerzos de los cristianos para “difundir en todas partes el perfume de Cristo, para que toda su vida sea sólo una irradiación de la suya”, como escribía sabiamente en su libro Irradiar a Cristo.

[Llamamiento]

En esta semana tiene lugar en Viena la reunión plenaria de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto. El tema de la actual fase de estudio es el papel del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia universal, con particular referencia al primer milenio de la historia cristiana. La obediencia a la voluntad del Señor Jesús, y la consideración de los grandes desafíos que hoy se presentan ante el cristianismo, nos obligan a comprometernos seriamente en la causa del restablecimiento de la plena comunión entre las Iglesias. Exhorto a todos a rezar intensamente por los trabajos de la Comisión y por un continuo desarrollo y consolidación de la paz entre los bautizados, para que podamos dar al mundo un testimonio evangélico cada vez más auténtico".

El corazón habló al corazón. Las claves y los argumentos del viaje de Benedicto XVI al Reino Unido.

La frase latina “Cor ad cor loquitur” (“El corazón habla al corazón”), lema del cardenal John Herny Newman, ya beato Newman, ha sido el lema del décimo octavo viaje internacional del Papa Benedicto XVI, quizás su viaje más complicado y arriesgado.

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Esta frase, este lema, fue explicado por el mismo Benedicto XVI durante la misa de Birmingham del domingo 19 de septiembre, en la que beatificó, en olor de multitudes, a Newman: «“Cor ad cor loquitur” (“El corazón habla al corazón”) nos da la perspectiva –señaló Benedicto XVI- de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes”» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231).

Y es que, en efecto, de corazón a corazón, con el lenguaje del corazón bien insertado en la razón, Benedicto XVI ha completado una memorable apostólica al Reino Unido, que ha suscitado el respeto de todos y la admiración de muchos. Y, como siempre, lo ha hecho fiel a su estilo, ya bien conocido y reconocible.

La clave de un apasionado viaje redondo

Más allá, pues, de los tópicos y de las grandilocuencias, la visita apostólica al Reino Unido de Benedicto XVI ha sido un éxito, una gracia, un acontecimiento histórico, repleto de escenas y discursos memorables, repleto, en suma, de esperanza. Si es cierto –y llevamos ya cinco años y medio comprobándolo- que Benedicto XVI se supera constantemente a sí mismo, su periplo por el Reino Unido ha superado las mejores y más halagüeñas expectativas. Las dificultades lejos de acobardarle, le hacen crecerse, con humildad, con sencillez, con amabilidad y con firmeza, notas y rasgos ya tan características de su personalidad y ministerio proverbiales.

Y el éxito y la gracia de su periplo británico han podido incluso con los más recalcitrantes, con las campañas teledirigidas y prefabricadas antes y durante la visita, con las críticas mordaces, tópicas e injustas. Ya no se trata solo de que Benedicto XVI ha movilizado masas -se calcula que un cuarto de millón de británicos se han echado a las calles para seguir en vivo y en directo su visita- en las distintas etapas de su viaje: el Papa ha movido corazones y ha interpelado conciencias con la incisividad, clarividencia y dulzura de su mensaje y de su persona.

Y, sí, la clave de este viaje redondo ha estado en todo esto, ha estado en su lenguaje sabio y sencillo, en su lenguaje, en sus hechos y en sus dichos, de corazón a corazón. Por ello, todo ello, la visita apostólica de Benedicto XVI al Reino Unido ha sido un viaje apasionante, un viaje misionero para transmitir la pasión por la verdad y la pasión por Dios. El hilo conductor, en efecto, del periplo misionero papal ha sido la pasión por la verdad, la pasión por Dios y, en definitiva, la pasión por servir al hombre esta verdad que es el Dios de Jesucristo.

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La pasión y la misión del beato cardenal Newman

La búsqueda de la verdad, la búsqueda de Dios y de su Iglesia fue el sentido de la vida de cardenal Newman, el nuevo y flamante beato, sobre cuya figura Benedicto XVI no ha tenido sonrojo alguno en reconocer su cercanía, inspiración y devoción. Precisamente como símbolo de su búsqueda de la verdad, la fecha elegida para su memoria litúrgica ha sido el 9 de octubre, día del año 1846 en que Newman abrazó la fe católica.

En el curso de la última jornada en las Islas Británicas, el domingo 19 de septiembre de 2010, Benedicto XVI beatificó al cardenal John Henry Newman, figura destacada del anglicanismo del siglo XIX, capellán anglicano de la universidad de Oxford, convertido al catolicismo en 1846, en una misa solemne oficiada en el Cofton Park de Birmingham.

En su homilía, el Papa elogió el testimonio cristiano de Newman, confesor y predicador, manifestado “en el curso de una vida larga dedicada al ministerio sacerdotal, especialmente a la predicación, la enseñanza y los escritos”, en la que se fundieron “una profunda sabiduría humana y un intenso amor por el Señor”.

El cardenal Newman, a quien Benedicto XVI calificó de “doctor de la Iglesia” –anunció quizás de que, tras su canonización cuando corresponda, puede ser también declarado doctor de la Iglesia-, fue asimismo objeto de una hermosísima y concurridísima vigilia de oración en la tarde del sábado 18 de septiembre, en el célebre Hyde Park de Londres. En ella, el Papa glosó las lecciones más actuales, el legado del nuevo legado, a quién calificó igualmente como “padre espiritual del Concilio Vaticano II”, subrayando sus aportaciones en orden al diálogo entre la razón y la fe y a la promoción del laicado. Newman, extraordinario, brillante y prolífico intelectual, fue asimismo un espléndido sacerdote, un buen cura de almas.

Las condiciones y los riesgos de la pasión por la verdad

La pasión por la búsqueda de la verdad es y significa intrepidez, valentía, honestidad, honradez, libertad, conciencia, conversión. En la Inglaterra del siglo XVI y en otros muchos lugares del mundo, la pasión por la verdad acarreaba el peligro cierto y a veces hasta inevitable de perder la propia vida como les sucedió aTomás Moro, Juan Fisher, Isabel Barton y a tantos más. En el siglo XIX de Newman, en pleno apogeo del “Victorianismo”, suponía romper moldes, salirse de lo política, social y culturalmente correcto. Y ahora, en los todavía primeros compases del siglo XXI, inmersos en la dictadura silenciosa de la cultura del relativismo, del materialismo y del laicismo, conlleva también numerosos riesgos, no ya tanto de martirio cruento o de destierro, sino de marginación, ridiculización, exclusión.

Westminster Hall (el salón de actos del Parlamento londinense), a escasos metros del lugar fue condenado a muerte el canciller Tomás Moro, fue quizás el escenario más emblemático en la luminosa y humilde proclamación por parte del Papa de este mensaje.

La complementariedad entre fe y razón, la necesidad de la ley natural, el redescubrimiento del verdadero y preciso papel de la Religión en la sociedad –“la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. Desde este punto de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada”- y los caminos de la verdadera solidaridad y cooperación internacional fueron los temas que entretejieron un nuevo discurso de Benedicto XVI para la historia, como los ya célebres discursos de Ratisbona, La Sapienza, los Bernardinos…

En este memorable y magistral discurso en el Parlamento británico, Benedicto XVI exhortó asimismo a todos los gobiernos del mundo que han salvado de la quiebra a importantes instituciones financieras a que usen la misma medida para ayudar “a los países en vías de desarrollo”.

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La verdad requiere de la conversión

La pasión por la verdad es también vivir en clave de conversión permanente. Es reconocer las propias limitaciones y fragilidades. Es asumir la realidad, por dolorosa, vergonzosa y humillante que sea. Y en esta actitud se inscriben, una vez más, los gestos, las palabras y los encuentros de Benedicto XVI a propósito de los abusos a menores realizados por algunos eclesiásticos. Ya desde el comienzo del viaje, Benedicto XVI volvió a “coger el toro por los cuernos” y volvió a demostrar a propios y a extraños que esta no es un página inadmisible pero ya superada y del pasado, y que todavía se puede y se debe decir y, sobre todo, hacer más para sanar las heridas de las víctimas, para atajar de raíz este mal tan inmenso y para ofrecer a nuestro mundo el testimonio de nuestra contrita y decidida voluntad de nunca más tales y tan execrables atropellos, pecados y delitos.

Ya antes de pisar suelo británico, y a bordo del avión que lo conducía desde Roma a la capital escocesa, Benedicto XVI habló con los periodistas del escándalo de los abusos a menores registrados en diversos países y protagonizados –aunque no sólo- por miembros del clero católico. Las revelaciones de unos casos, cuya responsabilidad se ha querido hacer recaer directamente sobre el propio Pontífice católico, han significado para el Papa “un shock” y un “motivo de una profunda tristeza” porque, según sus propias palabras, “es difícil comprender cómo esta perversión del ministerio sacerdotal se haya podido dar”. Repitiendo las mismas afirmaciones dirigidas, por carta, a los obispos irlandeses, el Papa Ratzinger ha reconocido que “la autoridad de la Iglesia no ha estado suficientemente en alerta, ni ha sido lo suficientemente veloz y decidida a la hora de tomar las medidas necesarias”. El actual momento es de “penitencia, humildad y sinceridad”, y de dar la máxima prioridad, más allá de las medidas represoras y preventivas, “a la atención a las víctimas”, y las que la Iglesia deberá ofrecer “ayudas psicológicas y espirituales”, tratando de comprender “cómo podemos reparar, qué es lo que podemos hacer para ayudar a estas personas a superar el trauma, a reencontrar la vida y la confianza en el mensaje de Cristo”.

Este mismo tema volvió a aparecer en la misa en la catedral católica de Londres dedicada a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (la catedral de Westminster) y en el discurso a los obispos británicos. Asimismo el Papa añadió a su agenda un encuentro en la sede de la nunciatura en Londres con cinco víctimas de pederastia, y se encontró con un grupo de profesionales y de voluntarios en la tarea de la protección de la infancia.

Pasión por la evangelización y la unidad

La pasión por la verdad es pasión por la misión y por la evangelización. Frente al secularismo externo e interno –y más cuanto más militante y agresivo sea y se muestre-, no cabe cruzarse de brazos y mirar a otro lado, no cabe adecuarse a los valores en alza y de moda, no caben rebajas buscando “simpatías”… Se impone la nueva evangelización con ardor y fidelidad, con humildad y constancia, con el testimonio de una vida íntegra y virtuosa. Y para que esta pasión evangelizadora dé fruto es imprescindible la comunión eclesial y la búsqueda denodada y generosa de la unidad de los cristianos, un imperativo categórico del único Señor de la Iglesia y una acuciante demanda de los signos de los tiempos.

El objetivo y prioridad ecuménicos de esta visita papal resultaban evidentes ya desde su mismo planteamiento. El Reino Unido es un país confesionalmente anglicano y desgajado de la comunión con la Iglesia católica desde 1534, tras la polémica, caprichosa y célebre decisión al respecto del rey Enrique VIII Tudor.

Desde entonces, esta ha sido la primera vez que un Papa ha visitado oficialmente el Reino Unido, pues, aunque en mayo de 1982, Juan Pablo II visitó el país, aquel viaje no tuvo rango de visita de Estado.

El Rey –en este caso, la Reina Isabel II, con quien se entrevistó el Papa el mismo día de su llegada al país, el jueves 16 de septiembre- es la cabeza visible de la Iglesia o Comunión Anglicana, que tiene por primado al arzobispo de Canterbury, desde hace una decena de años Rowan Williams. La amistad y la confianza mutuas, la cooperación, el diálogo y la oración son los caminos del ecumenismo. ¡Y vaya si se recorrieron durante estos días, desde Edimburgo hasta Londres! Benedicto XVI visitó además la sede del primado anglicano, el palacio londinense de Lambeth, y junto a Williams –muy satisfecho por la visita papal- presidió una celebración ecuménica en la abadía de San Pedro, en Westminster City.

Pasión por Dios, pasión por el hombre

Y es que la pasión por la verdad es pasión por Dios. Es pasión para que Dios ocupe su lugar en la ciudad terrena. Es pasión para que su Nombre y su Religión no sean ocultados, ni restringidos. Es pasión por el hombre. Porque Dios no es el enemigo del hombre y de su progreso y desarrollo, sino su amante Creador, su magistral Redentor, su guía providente y la única fuente de su felicidad.

Y al servicio de esta “pasión”, consagró Benedicto XVI el resto de los actos y de los mensajes de su visita apostólica al Reino Unido: los encuentros con los católicos escoceses en la misa de Glasgow de la tarde del jueves 16 de septiembre; la visitas a los docentes y alumnos de la Universidad Colegio Santa María de Londres y a la Residencia de Ancianos San Pedro, también en la capital; la misa en la catedral católica de Westminster y su posterior encuentro con los jóvenes y mensaje a los fieles de Gales…, así como sus palabras contra los horrores de la guerra y del nazismo en la misa de Birmingham al hacer memoria del setenta aniversario de uno de los episodios bélicos más luctuosos de la segunda guerra mundial.

Y con todo ello, Benedicto XVI sirvió de corazón a corazón -la verdadera clave del éxito y de la esperanza de su última visita apostólica, esta al Reino Unido que fue presentada como la más difícil y compleja, y a la que luego la realidad mostró como una espléndida y oportuna siembra- a la pasión por la verdad, que es siempre pasión por la conversión, por la misión, por la unidad, que es siempre pasión por Dios y por el hombre.

Jesús de las Heras Muela

Director de ECCLESIA y de ECCLESIA DIGITAL


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Papa: La vejez una oportunidad por un ruego cariñoso por quien hemos querido en esta vida y poner pasado y futuro delante de la gracia

Discurso en el asilo de ancianos St. Peter de Lambeth


LONDRES, sábado 18 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a los huéspedes del asilo para ancianos St. Peter’s Residence, dirigida por las Hermanitas de los Pobres, en el barrio londinense de Lambeth.

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Mis queridos hermanos y hermanas

Me alegra mucho estar entre vosotros, los residentes de San Pedro, y agradezco a la Hermana Marie Claire y a la Señora Fasky sus amables palabras de bienvenida de parte vuestra. Me complace saludar también al Arzobispo Smith de Southwark, así como a las Hermanitas de los Pobres y al personal y voluntarios que os atienden.

Puesto que los avances médicos y otros factores permiten una mayor longevidad, es importante reconocer la presencia de un número creciente de ancianos como una bendición para la sociedad. Cada generación puede aprender de la experiencia y la sabiduría de la generación que la precedió. En efecto, la prestación de asistencia a los ancianos se debería considerar no tanto un acto de generosidad, cuanto la satisfacción de una deuda de gratitud.

Por su parte, la Iglesia ha tenido siempre un gran respeto por los ancianos. El cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado» (Deut5,16), está unido a la promesa, «que se prolonguen tus días y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da» (Ibid). Esta obra de la Iglesia por los ancianos y enfermos no sólo les brinda amor y cuidado, sino que también Dios la recompensa con las bendiciones que promete a la tierra donde se observa este mandamiento. Dios quiere un verdadero respeto por la dignidad y el valor, la salud y el bienestar de las personas mayores y, a través de sus instituciones caritativas en el Reino Unido y otras partes, la Iglesia desea cumplir el mandato del Señor de respetar la vida, independientemente de su edad o circunstancias.

Como dije al inicio de mi pontificado: «Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario» (Homilía en el solemne inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24 de abril 2005). La vida es un don único, en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y Dios es el único para darla y exigirla. Puede que se disfrute de buena salud en la vejez; aun así, los cristianos no deben tener miedo de compartir el sufrimiento de Cristo, si Dios quiere que luchemos con la enfermedad. Mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, sufrió de forma muy notoria en los últimos años de su vida. Todos teníamos claro que lo hizo en unión con los sufrimientos de nuestro Salvador. Su buen humor y paciencia cuando afrontó sus últimos días fueron un ejemplo extraordinario y conmovedor para todos los que debemos cargar con el peso de la avanzada edad.

En este sentido, estoy entre vosotros no sólo como un padre, sino también como un hermano que conoce bien las alegrías y fatigas que llegan con la edad. Nuestros largos años de vida nos ofrecen la oportunidad de apreciar, tanto la belleza del mayor don que Dios nos ha dado, el don de la vida, como la fragilidad del espíritu humano. A quienes tenemos muchos años se nos ha dado la maravillosa oportunidad de profundizar en nuestro conocimiento del misterio de Cristo, que se humilló para compartir nuestra humanidad.

A medida que el curso normal de nuestra vida crece, con frecuencia nuestra capacidad física disminuye; con todo, estos momentos bien pueden contarse entre los años espiritualmente más fructíferos de nuestras vidas. Estos años constituyen una oportunidad de recordar en la oración afectuosa a cuantos hemos querido en esta vida, y de poner lo que hemos sido y hecho ante la misericordia y la ternura de Dios. Ciertamente esto será un gran consuelo espiritual y nos permitirá descubrir nuevamente su amor y bondad en todos los días de nuestra vida.

Con estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, me complace aseguraros mi oración por todos vosotros, y pido vuestras oraciones por mí. Que Nuestra Señora y su esposo San José intercedan por nuestra felicidad en esta vida y nos obtengan la bendición de un tránsito tranquilo a la venidera.

¡Que Dios os bendiga a todos!

[©Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]

El Papa: No se deje oscurecer el fundamento cristiano que está a la base de las libertades del Reino Unido

Discurso en el palacio real de Holyroodhouse


EDIMBURGO, jueves 16 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el primer discurso del Papa Benedicto XVI a su llegada a Escocia, en el palacio real de Holyroodhouse, en presencia de la Reina Isabel II y de las más importantes autoridades del Estado.

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Majestad,

Gracias por su gentil invitación a visitar oficialmente el Reino Unido y por sus atentas palabras de saludo en nombre del pueblo británico. Al dar las gracias a Vuestra Majestad, me sea permitido extender mi saludo a todas las gentes del Reino Unido y ofrecerles mi amistad a todos y cada uno.

Me complace comenzar mi viaje saludando a los miembros de la Familia Real, agradeciendo en particular a Su Alteza Real el Duque de Edimburgo la amable acogida que me ha dispensado en el aeropuerto de Edimburgo. Expreso mi agradecimiento igualmente a los actuales Gobiernos de Vuestra Majestad, y también a los anteriores, y a cuantos han trabajado con ellos para hacer posible esta ocasión, incluyendo a Lord Patten y al ex Secretario de Estado Murphy. También agradezco vivamente la labor del grupo parlamentario de todos los partidos concerniente a la Santa Sede, el cual ha contribuido enormemente al fortalecimiento de las relaciones amistosas entre la Santa Sede y el Reino Unido.

Al comenzar mi visita al Reino Unido en la capital histórica de Escocia, saludo en particular al Primer Ministro Salmond y a los representantes del Parlamento escocés. Como las Asambleas galesa y norirlandesa, que el Parlamento escocés crezca para ser una expresión de las buenas tradiciones y la cultura propia de los escoceses, y se esfuerce en servir a sus mejores intereses con un espíritu de solidaridad y preocupación por el bien común.

El nombre de Holyroodhouse, la residencia oficial de Vuestra Majestad en Escocia, recuerda la "Santa Cruz" y evoca las profundas raíces cristianas que aún están presentes en todos los ámbitos de la vida británica. Los reyes de Inglaterra y Escocia han sido cristianos desde tiempos muy antiguos y cuentan con destacados santos, como Eduardo el Confesor y Margarita de Escocia. Como Usted sabe, muchos de ellos ejercieron conscientemente sus tareas de gobierno a la luz del Evangelio, y de esta manera modelaron profundamente la nación en torno al bien. Resultó así que el mensaje cristiano ha sido una parte integral de la lengua, el pensamiento y la cultura de los pueblos de estas islas durante más de mil años. El respeto de sus antepasados por la verdad y la justicia, la misericordia y la caridad, os llegan desde una fe que sigue siendo una fuerza poderosa para el bien de vuestro reino y el mayor beneficio de cristianos y no cristianos por igual.

Muchos ejemplos de esta fuerza del bien los encontramos en la larga historia de Gran Bretaña. Incluso en tiempos relativamente recientes, debido a figuras como William Wilberforce y David Livingstone, Gran Bretaña intervino directamente para detener la trata internacional de esclavos. Inspiradas por la fe, mujeres como Florence Nightingale sirvieron a los pobres y a los enfermos y establecieron nuevos métodos en la asistencia sanitaria que posteriormente se difundieron por doquier. John Henry Newman, cuya beatificación celebraré próximamente, fue uno de los muchos cristianos británicos de su tiempo, cuya bondad, elocuencia y quehacer honraron a sus compatriotas. Todos ellos, y como éstos muchos más, se inspiraron en una recia fe, que germinó y se alimentó en estas islas.

También ahora, podemos recordar cómo Gran Bretaña y sus dirigentes se enfrentaron a la tiranía nazi que deseaba erradicar a Dios de la sociedad y negaba nuestra común humanidad a muchos, especialmente a los judíos, a quienes no consideraban dignos de vivir. Recuerdo también la actitud del régimen hacia los pastores cristianos o los religiosos que proclamaron la verdad en el amor, se opusieron a los nazis y pagaron con sus vidas esta oposición. Al reflexionar sobre las enseñanzas aleccionadoras del extremismo ateo del siglo XX, jamás olvidemos cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto a una visión "restringida de la persona y su destino" (Caritas in veritate, 29).

Hace sesenta y cinco años, Gran Bretaña jugó un papel esencial en la forja del consenso internacional de posguerra, que favoreció la creación de las Naciones Unidas y marcó el comienzo de un período de paz y prosperidad en Europa hasta entonces desconocido. En los últimos años, la comunidad internacional ha seguido de cerca los acontecimientos en Irlanda del Norte, que condujeron a la firma del Acuerdo de Viernes Santo y a la restitución de competencias a la Asamblea de Irlanda del Norte. El Gobierno de Vuestra Majestad y el Gobierno de Irlanda, junto a los dirigentes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte, ayudaron al alumbramiento de una solución pacífica del conflicto. Animo a todos a seguir recorriendo juntos con valentía el camino trazado hacia una paz justa y duradera.

Al mirar al exterior, el Reino Unido sigue siendo, política y económicamente, una figura clave en el ámbito internacional. Vuestro Gobierno y vuestro pueblo son los forjadores de ideas que influyen mucho más allá de las Islas británicas. Esto les impone una especial obligación de actuar con sabiduría en aras del bien común. Del mismo modo, dado que sus opiniones tienen una audiencia tan amplia, los medios de comunicación británicos tienen una responsabilidad más grave que la mayoría y una mayor oportunidad para promover la paz de las naciones, el desarrollo integral de los pueblos y la difusión de los auténticos derechos humanos. Que todos los británicos sigan viviendo en consonancia con los valores de honestidad, respeto e imparcialidad que les han merecido la estima y admiración de muchos.

En la actualidad, el Reino Unido se esfuerza por ser una sociedad moderna y multicultural. Que en esta exigente empresa mantenga siempre su respeto por esos valores tradicionales y expresiones culturales que formas más agresivas de secularismo ya no aprecian o siquiera toleran. Que esto no debilite la raíz cristiana que sustenta sus libertades; y que este patrimonio, que siempre ha buscado el bien de la nación, sirva constantemente de ejemplo a vuestro Gobierno y a vuestro pueblo de cara a los dos mil millones de miembros de la Commonwealth y a la gran familia de naciones de habla inglesa de todo el mundo.

Que Dios bendiga a Vuestra Majestad y a todos los habitantes de vuestro reino. Gracias.

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