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DIOS, EL REY Y EL JUICIO DE TOMÁS MORO

Comentario al discurso del Papa ante el Parlamento británico


Por William Newton

TRUMAU, Austria, 22 septiembre 2010 (ZENIT.org).- Es conocido el dicho de Mark Twain de que la historia no se repite, pero a veces rima. El pasado viernes, en Westminster Hall, Londres, se produjo una de estas ocasiones.

En este edificio, en julio de 1535, santo Tomás Moro fue condenado a muerte por traición, al no reconocer la autoridad suprema del soberano temporal, el Rey, sobre la autoridad de la Iglesia y sobre el Papa.

Han tenido que pasar quinientos años para que el viernes de la semana pasada John Bercow, sucesor de santo Tomás Moro como presidente de la Cámara Baja, diera la bienvenida al sucesor del Papa Clemente VII, al dirigirse al Parlamento Británico reunido.

Benedicto era plenamente consciente del significado de la ocasión y no tuvo reparos en recordar a los parlamentarios reunidos lo que estaba en juego en el juicio de santo Tomás Moro. Benedicto señaló que “el dilema que tuvo que afrontar Moro en aquellos difíciles tiempos” fue “la perenne cuestión de la relación entre lo que pertenece al César y lo que es de Dios”.

El objetivo del discurso de Benedicto XVI –y uno de los significados de toda su visita al Reino Unido- era, por consiguiente, “reflexionar… sobre el espacio adecuado de la creencia religiosa dentro del proceso político”.

Benedicto XVI señaló que “los interrogantes fundamentales en juego en el juicio de Moro siguen presentándose hoy” y entre estas cuestiones la más importante es esta: “¿Apelando a qué autoridad se pueden resolver los dilemas morales?”

Moro, y todos los hombres y mujeres de su tiempo en Inglaterra, fueron obligados –bajo pena de muerte- a preguntar y responder a este interrogante: ¿Sobre qué base se puede decidir la cuestión moral del divorcio y el nuevo casamiento? ¿Cuál fue el fundamento de la opinión de quien tenía el poder político (rey Enrique VIII), y en qué se basaban los principios morales perennes, defendidos por la Iglesia?

Fundamentos

Ha cambiado mucho en Inglaterra desde el punto de vista político en los quinientos años que siguieron pero la cuestión permanece: ¿Hay algunas bases éticas de la sociedad civil y política que sencillamente no pueden ser cambiadas por quienes ejercen el poder, incluso si el poder es democrático?

La respuesta de Benedicto XVI es, por supuesto, sí, porque “si los principios morales que sustentan el proceso democrático no se determinan por algo más sólido que el consenso social, la fragilidad del proceso [democrático] se hace demasiado evidente”.

Aquí, sin duda, el Santo Padre piensa, entre otras cosas, en las leyes antivida aprobadas por el Parlamento Británico y otras democracias de recientes décadas, al dictado del “consenso social” pero contrarias al bien verdadero de la sociedad.

Benedicto XVI no mencionó directamente el aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones, pero dió otro ejemplo del sacrificio de los fundamentos morales de la sociedad. Refiriéndose a la actual crisis financiera global, recordó a su audiencia que esto demuestra a la sociedad lo que puede esperarse cuando los fundamentos éticos se sacrifican al interés privado y al pragmatismo.

Afirmó que “hay un amplio consenso de que la falta de un sólido fundamento ético en la actividad económica ha contribuído a las graves dificultades [económicas] que experimentan hoy millones de personas en todo el mundo”.

Insistiendo en este punto, recordó a los parlamentarios “uno de los logros especialmente notables del Parlamento británico”, la abolición del comercio de esclavos. El Santo Padre indicó que la campaña que condujo a esta legislación que marcó un hito, se construyó “no sobre el terreno cambiante de la opinión pública” (de hecho la población se mantenía como mucho ambivalente), sino “sobre principios éticos firmes, arraigados en la ley natural” y, se podría añadir, liderados por cristianos dedicados a ello tales como William Wilberforce.

Tras esta afirmación, Benedicto XVI trató sobre la réplica obvia: “¿Dónde se puede encontrar el fundamento ético de las decisiones políticas?”. Respondió señalando que “las normas objetivas que gobiernan la acción correcta son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación”. En contra de las afirmaciones del relativismo, la razón humana puede conocer lo que es verdad y lo que es correcto. Aquí, por supuesto, se refiere a nada menos que la ley natural.

Luz que guía

Por lo tanto, si las normas morales objetivas pueden ser conocidas por la humana razón, incluso sin revelación, ¿cuál es el papel de la religión, y especialmente la fe cristiana, en la sociedad? No consiste, afirmó Benedicto, en suplir estas normas morales y, por supuesto, no en ofrecer un anteproyecto para estructurar la política y la vida económica de un país. Más bien, “ayuda a purificar y arrojar luz sobre la aplicación de la razón para el descubrimiento de principios morales objetivos”.

De acuerdo con esto, es, en muchos casos, un papel “correctivo”, lo que significa que ayuda a guiar a la razón en su búsqueda de normas morales y su concreta aplicación, una guía que se necesita porque el pecado a menudo dificulta a la razón en su búsqueda de la verdad. El Santo Padre advirtió que “sin el correctivo proporcionado por la religión… la razón [también] puede ser presa de distorsiones, como cuando es manipulada por la ideología, o aplicada en un modo parcial que no tiene en cuenta la dignidad de la persona humana”.

Benedicto XVI recordó a su audiencia que “este mal empleo de la razón... fue el que situó el comercio de esclavos en el primer lugar”, cuando este comercio se fundó sobre la negación de principios morales que la sola razón debería haber afirmado, por ejemplo la igualdad de todos los hombres y su inherente dignidad.

El Papa señaló que esta función “correctiva” de la fe y la revelación no es siempre acogida en muchas sociedades democráticas actuales. Admitió que a veces hay buenas razones para ello. Aquí, se refirió al sectarismo y fundamentalismo, que calificó de fe religiosa privada de razón.

La cuestión es que la razón necesita a la fe, y la fe a la razón: “Hay un proceso en dos direcciones”. Siendo este el caso, Benedicto XVI pidió a su audiencia –hombres y mujeres con poder político en el Reino Unido- hacer lo que puedan para asegurar “un diálogo profundo y coninuado” entre “el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la fe religiosa” para “el bien de nuestra civilización”.

A la luz de la importancia crítica de este diálogo entre razón y fe, Benedicto XVI dijo que no puede sino “expresar [su] preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente el cristianismo, que se está produciendo” en muchos países, incluído el Reino Unido.

Se refirió también a “signos preocupantes de una falta de aprecio… de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y de religión”. Aquí, sin duda, pensaba en las recientemente establecidas leyes (llamadas) antidiscriminatorias aprobadas en el Parlamento Británico que, entre otras cosas, dan derechos exagerados a las personas homosexuales (incluyendo el derecho de adopción) a expensas de la libertad religiosa. Las agencias de adopción católicas han sido obligadas a plegarse a esto o cerrar.

Silencio

El Papa señaló también que “hay quienes querrían defender que la voz de la religión sea silenciada, o al menos relegada a la esfera puramente privada”.

Especialmente, hablando al día siguiente, en la vigilia de la beatificación del cardenal John Henry Newman, Benedicto XVI dijo que “Newman describiría el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente tendencia a ver la religión como un asunto puramente privado y subjetivo”.

A la luz de esta tendencia “privatizadora”, que el Papa fuera invitado a visitar el Reino Unido por la Reina y su Gobierno (y no por los obispos) –que la visita fuera una visita de Estado- tiene un inmenso significado. Benedicto XVI, de obra y de palabra, pone el acento en la verdad de que las sociedades actuales, incluyendo las modernas democracias, no pueden actuar sin “religión en la plaza pública”.

Santo Tomás Moro, después de todo no fue sino el buen servidor del Rey y mejor de Dios; fue buen servidor del Rey porque lo era mejor de Dios. La comunidad política necesita la influencia del cristianismo para lograr su objetivo.

En la invitación sin precedentes al Santo Padre para dirigirse al Parlamento Británico, algo simplemente inconcebible incluso hace unos pocos años, luce el faro de la esperanza de que el cristianismo pueda seguir siendo una luz guía para la sociedad.

* * *
William Newton es profesor ayudante (MMF) en el Instituto Teológico Internacional, Trumau, Austria, y miembro asociado de facultad en el Instituto Maryvale, Birmingham, Reino Unido.

FRAY LEOPOLDO, CAPUCHINO ESPAÑOL SERÁ BEATIFICADO ESTE DOMINGO

FRAY LEOPOLDO, CAPUCHINO ESPAÑOL SERÁ BEATIFICADO ESTE DOMINGO


La ceremonia se celebrará en Granada el próximo domingo


GRANADA, jueves 9 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- "Ya ves, hermano, nos hacemos religiosos para alejarnos del mundo y, ahora, hasta nos sacan en los papeles", fue el comentario que hizo Fray Leopoldo da Alpandeire Marquez Sánchez (1864-1956) a un hermano de su comunidad al cumplir 50 años de religioso, hecho que fue registrado en algunos periódicos de su ciudad.

Y hoy, más de medio siglo después de su muerte, este humilde fraile capuchino, de barba blanca y mirada serena, vuelve a ser noticia: será beatificado el próximo domingo en Granada, en una ceremonia que presidirá el arzobispo Angelo Amato, prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.

"Su santidad no consistió en hacer grandes obras sociales, creando hospitales o grandes ONG", explica en diálogo con ZENIT su vicepostulador, el padre Alfonso Ramírez Peralbo OFMCap. "No pertenecía a dinastías nobles, ni a linajes de abolengo, no había hablado desde cátedras o púlpitos, porque no brillaba por su saber. Tampoco había dejado su convento para hacerse misionero en tierras lejanas".

Para el padre Ramírez, Fray Leopoldo alcanzó la santidad en las cosas pequeñas: "Cada cosa que hacía, la hacía como si fuese la primera vez. Era esa frescura de cada uno de sus actos, reiterada y monótonamente repetidos, lo que daba sentido sobrenatural y llenaba toda su vida".

Hoy, el número de peregrinos que anualmente visita la tumba de Fray Leopoldo supera los 800.000. "Creo que eso lo dice todo", agrega el padre Ramírez.

Para la beatificación de este fraile se espera la asistencia de unos 300.000 fieles procedentes de diferentes localidades, especialmente del sur de España donde se le tiene más devoción. La cantante andaluza Rosa López abrirá la ceremonia con el canto del Avemaría acompañada por el pianista Alfonso Berrío.

Infancia y juventud llenas de piedad

Francisco Tomás, como es su nombre de pila, nació en Alpandeire, una pequeña población ubicada en las extremidades de la sierra de Jarestepar al sur de Ronda, en la provincia de Málaga, al sur de España.

De pequeño se dedicaba a criar ovejas y cabras y al cultivo de la tierra, tareas que desempeñaba mientras rezaba el rosario. "Quienes le conocieron, cuentan que cuando decía: ‘Dios te salve, María, llena eres de gracia', parecía como si estuviese viendo y hablando con nuestra Señora", relata el padre Ramírez.

Desde pequeño fue cultivando virtudes como la generosidad y el desprendimiento: "Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a un menesteroso que los necesitaba, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez, a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo", dijo su vicepostulador.

Vocación de capuchino

Francisco Tomás descubrió su vocación después de escuchar la predicación de dos capuchinos en Ronda en 1894, para celebrar la beatificación del capuchino Frau Diego José de Cádiz.

A los 35 años vistió el hábito en el convento de Sevilla. Cambió así el nombre de Francisco Tomás por el de Leopoldo, según los usos de la Orden. "Su ingreso en religión no fue una conversión clamorosa, no supuso un cambio radical de rumbo en su vida, le bastó sólo con sublimar compromisos y actitudes hasta entonces cultivadas", aclara el padre Ramírez.

"Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen así como la penitencia marcarían ya su vida", dice su vice postulador. "La cruz y la pasión de Cristo serían para él, a partir de ahora, objeto de meditación y de imitación".

Así el 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió cortas temporadas como hortelano en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre de 1903 emitió en Granada sus votos perpetuos.

La calle, su nuevo claustro

En 1914 Fray Leopoldo viajó nuevamente a Granada donde permaneció hasta la muerte y donde cumplió con el oficio de limosnero. "De ahora en adelante, las montañas, los valles, los caminos polvorientos, las calles, serían el templo y el claustro de su vida capuchina", cuenta el padre Ramírez.

A pesar de su alta sensibilidad para la vida contemplativa, el con tacto con los hombres se convirtió en su nuevo medio para alcanzar la santidad. Lejos de distraerse, esto le ayudaba a salir de sí mismo. "Fue una ocasión para cargar sobre sí el peso de los demás, para comprender, ayudar, servir, amar. Era, como ha dicho un ferviente devoto suyo, ‘distinto pero no distante", asegura el sacerdote.

Se le veía por las calles con los pies descalzos, la mirada en el cielo y el rosario en la mano. Así atraía la atención y la ayuda de los transeúntes. Cada vez que recibía una limosna rezaba tres Avemarías. "Sólo oírlas, dicen algunos, daba verdadero escalofrío", señala el padre Alfonso, gracias a los testimonios que ha escuchado como vice postulador.

Durante la persecución religiosa española de 1936, Fray Leopoldo no estuvo exento de calumnias ni de rechazos: "recibió insultos y amenazas de muerte. Casi todos los días lo apedreaban y una vez escapó de la lapidación porque intervinieron en su defensa algunos hombres", cuenta el padre Ramírez.

El 1953 cayó rodando por unas escaleras, tuvo una fractura en el fémur. Los huesos se anudaron y volvió a caminar con la ayuda de dos bastones "Así pudo entregarse totalmente a Dios que había sido la única pasión de su vida", dice su vicepostulador.

Fray Leopoldo murió el 9 de febrero de 1956. "La noticia levantó un rumor de duelo que, desde todos los rincones de la ciudad, confluía hacia el humilde convento", escribió Fray Ángel de León en un artículo titulado El día en que murió Fray Leopoldo, publicado en la página oficial de su beatificación http://www.frayleopoldo.org/

Millares de granadinos fueron a ver su cuerpo sin vida. "Su cripta es testigo del rodar silencioso de infinitas lágrimas de agradecimiento. Hombres recios, curtidos por la vida, narran prodigios experimentados en su propia carne o en la de seres queridos", describe Fray Ángel.

Así la fama de santidad de Fray Leopoldo se dispersó "como una mancha de aceite, sin propaganda alguna". Su vicepostulador asegura que Fray Leopoldo "testimonió el misterio de Cristo pobre y crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida cotidiana".

Por Carmen Elena Villa

Defender la Iglesia de Cristo El caballeresco espíritu católico. Monseñor Charles J. Chaput

Tuve recientemente el gusto de conocer a Suzanne y Jim Broski. Como otros miles de esposos los Broski tienen un enraizado amor a la fe y una gran devoción al trabajo de la Iglesia. Sin embargo, hay algo que hace que sus circunstancias sean muy particulares: los Broski son los nuevos consejeros del estado de Colorado de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, más conocidos como los Caballeros del Santo Sepulcro. Vinieron a presentarse a la vez que a describir el buen trabajo que hacen estos Caballeros para aliviar el drama de los cristianos en Tierra Santa.

El título de Caballero es una institución con muy profundas raíces en la memoria de la Iglesia. Hace cerca de 900 años el gran San Bernardo de Claraval describía el ideal del caballero cristiano como el de hombres de Dios que “desprecian cualquier exceso en el vestir o comer. Viven como hermanos en sobria y alegre compañía con un solo corazón y una sola alma… no hay distinción de personas entre ellos y la deferencia se ofrece en base al mérito más que a la nobleza de la sangre. Compiten unos con otros en mutuo respeto y llevan mutuamente sus cargas cumpliendo así la ley de Cristo”.

Bernardo nunca fue un ingenuo. Al escribir a inicios del Siglo XII, era muy consciente de la avaricia, vanidad y violencia que muy frecuentemente motivaba a la clase guerrera europea, incluso bajo el nombre de la fe religiosa. Sin embargo, escribió en una época en que grandes poblaciones cristianas aún existían en el Oriente Medio y sufrían discriminación y persecución bajo la conquista armada de los musulmanes. En efecto un detonante de las cruzadas medievales, que se iniciaron durante la época de Bernardo, fue el acoso de los cristianos que peregrinaban a los santos lugares en lo que hoy conocemos como Israel y Palestina.

Muchos de los Cruzados que se movilizaron para la liberación de Tierra Santa lo hicieron con un genuino celo por la cruz. La Europa de la Edad Media era un continente donde la fe cristiana animaba cada aspecto de la vida diaria. Pero Bernardo también sabía que muchos otros que marcharon en las Cruzadas tenían motivos impuros o incluso malos. En su gran tratado “En Homenaje a los Nuevos Caballeros” (c. 1136), delineó las virtudes que deberían informar la vocación de cualquier caballero auténticamente cristiano: humildad, austeridad, justicia, obediencia, generosidad e incuestionable celo por Jesucristo al defender la Iglesia, los pobres y los débiles.

La vida de hoy puede parecer muy diferente a la vida del Siglo XII pero la naturaleza humana, nuestras necesidades, nuestras esperanzas fundamentales, anhelos, ansiedades y sufrimientos, no han cambiado. La vocación cristiana sigue siendo la misma: seguir a Jesucristo fielmente y al seguirlo defender la Iglesia de Cristo y servir a su pueblo celosa y generosamente, y con todas nuestras capacidades. Como escribió San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales –y recuerden que el mismo Ignacio fue un ex-soldado– cada uno de nosotros debe escoger entre dos formas de batallas: la forma de Jesucristo, Verdadero Rey de la humanidad, o la de su impostor, el príncipe de este mundo. No hay terreno neutral.

Éste es mi punto: la Iglesia necesita hombres y mujeres valientes, hombres y mujeres de Dios, ahora más que en ningún otro tiempo de su historia; y ésta es la razón por la que el ideal católico caballeresco, con sus exigencias de discipulado radical está profundamente vivo y es todavía urgentemente necesario. Ya sea que alguno pertenezca a las maravillosas órdenes de servicio fraternal como los Caballeros de Colón o los Caballeros de San Pedro Claver, a una Orden Caballeresca histórica como los Caballeros del Santo Sepulcro o los Caballeros de Malta; o a algunas de las Órdenes Caballerescas de la Santa Sede como los Caballeros de San Gregorio Magno; la esencia caballeresca es la misma: el servicio sacrificial enraizado en la vivencia de la fe católica.

Ese espíritu caballeresco está al alcance de todos nosotros. Es una vocación para el que fue hecho todo cristiano y nunca pasará de moda.

Cuando Napoleón quiso eliminar la Asunción

Lo explica el periodista italiano Vittorio Messori en su libro «Hipótesis sobre María» (LibrosLibres). A Napoleón nunca le gustó que la fiesta de la Asunción de la Virgen, de las más sentidas por el pueblo francés,coincidiera con su cumpleaños, cada 15 de agosto. Más aún, fue en un 15 de agosto, cuando, en 1637, el rey Luis XIII puso solemnemente a toda Francia bajo la protección explícita de María. Lo cuenta P. Ginés en La Razón.

«¿Podía tolerar esto aquel que quería convertirse en fundador de una nueva dinastía no real, sino imperial, de forma que oscureciera el recuerdo de los reyes de Francia, cuyo último representante había sido guillotinado poco antes y que, a sus ojos, tenían también la culpa de haber sido "demasiado católicos", de haberle dado a la Iglesia incluso santos y beatos? Además, no era en absoluto agradable que, precisamente el día del cumpleaños del déspota, se entonara solemnemente el "Magníficat", en el que resuenan palabras embarazosas para cualquier "grande de la tierra". Comenzando por el "derriba del trono a los poderosos" y terminando con el "dispersa a los soberbios de corazón"», explica Messori, famoso especialista en periodismo religioso.

Con la complicidad de algunos obispos cortesanos, Napoleón descubrió que «en una época, en Roma se celebraba el martirio de un grupo de cristianos: Saturnino, Germano, Celestino y Neopolo». Filólogos pagados por el Emperador aseguraron que aquel «Neopolo» debía pronunciarse «Napoleo». El paso siguiente fue un decreto oficial (del 19 de febrero de 1806) que imponía la sustitución -no solo en Francia sino en todo el imperio- de la fiesta de la Asunción por la del recién descubierto «San Napoleone».

En Roma, cardenal Michele di Pietro protestó, por orden del Papa Pío VII. A Di Pietro lo encarcelaron los franceses, que, de hecho, incluso se llevaron al Papa como rehén dos años después.

Pero el imperio napoleónico cayó, como tantos otros en la Historia. El culto a San Napoleón, que debía perpetuarse eternamente en la liturgia, apenas había durado 8 años y, en cuanto pudieron, los pueblos liberados del déspota volvieron a celebrar a su Virgen a mitad de agosto. Todavía hoy, después de muchas décadas y acontecimientos, la muy laicista Francia cierra por vacaciones cada 15 de agosto.


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